En el este de Europa
No se llama entrenamiento por casualidad.
No ha amanecido aún, pero al transporte privado no parece importarle. La oferta y su demanda madrugan en sincronía para después colocar una almohada sobre el lateral del asiento que da a la ventanilla del tren, que vibra a 258 kilómetros por hora, caemehache arriba, caemehache abajo.
La energía que podría incitarme a abrir el portátil se ha disipado en su totalidad, y eso que ya me había adaptado a la fantasía en la que un viaje donde los demás duermen como cumbre de mi inspiración. Creí que ya habría llegado al punto en el que podría demostrar mi fuerza de voluntad ante la webcam, y sin embargo, nada me incita a no hacer lo que el resto ya ha decidido que será prioritario — recuperar lo que le faltaba a la alarma de las 04.30AM.
Quizá haya que desmenuzar más la actividad, llevársela a recoger de una en una las palabras y mantenerlas en formato simple, algo que simplemente puede hacerse mirando por la ventana. Los 258 km/h se estiman difícil: habría dicho que vamos a unos 179 si esto dependiera de mi intuición. El background tras la ventana tiene más mística que el fondo de pantalla del portátil, está claro, aunque los dos comparten esa planitud de la España vacía. Con más o menos intensidad, las palabras y las ideas pasan de puntillas. Cuanto más sueño comparte el vagón más dudo que se pueda dar la inspiración por hecha.
Me pica la garganta en primavera a causa de una alergia que no se había manifestado hasta ahora, la adultez será una sucesión de momentos eureka! que identifiquen otras dolencias similares. Una sentencia de mí para mí. Para esto nos preparan, me responde el cerebro, y entonces recuerdo aquella idea de Eckhart Tolle sobre que quien nos habla “no somos nosotros” que sigue enquistada en mi mente desde que tenía diecisiete. ¿Quién nos habla desde dentro de nuestras cabezas, por qué ese tono? ¿Por qué parece haber un ente que formula preguntas y otro que se siente intimidado y las contesta?
A menudo pienso que las preguntas podrían no abrumarme si viniesen de una en una. Por supuesto, es una ilusión: una trampa para pueblerinos. Cuando dejé la universidad, me dije que desde el inicio cogería notas de todo lo importante y priorizaría de manera que nada innecesario se acumulase en las primeras prácticas de empresa. Es el razonamiento más parecido al de lanzarle a la voz que responde las preguntas de una en una, respetando los tiempos, dejando torque para maniobrar.
Cada curso de mi adolescencia en el instituto sucedió así, basándose en promesas de cumplimentación siempre orientadas al futuro, a un plano cercano con objetivos dispuestos en forma de checklist. Duro de pelar, ordenado, así pintaba el futuro: uno se promete esfuerzos grandes con la cabeza despejada, nunca desde la falta de claridad de un atolladero o de un tren a 258 caemehache que hace el asiento vibrar hasta metérsete en el coxis de manera poco sutil.
Un chico del este de Europa que coincidía de vez en cuando conmigo en el gimnasio tenía un razonamiento parecido a esa versión adolescente de mí. Cuando él iba al gimnasio, dejaba ver que era el tipo más motivado del continente. Él creía que era cuestión de ganas, de echarle más cojones que nadie, de fallar el levantamiento un peso un día por no poder más y al día siguiente, ligerísimamente renovado y con una canción un poco más motivante, dándose un tortazo frente al espejo, volverlo a intentar. Como no eran los últimos veinte minutos de una película, nunca resultó, y yo hube de controlar el sudor de mis manos mientras vigilaba su peligroso intento máximo en press de banca a razón de cuatro veces por semana durante la temporada que le duró esa sitcom.
No se llama entrenamiento por casualidad, vaya. Reventando el medidor no entrenas, quizá demuestras, y de hecho, dejas menos energía para el trabajo de acumulación que haría falta para una torre más alta. Pero el trabajo de fondo — esa parte que no depende de echarle más huevos, si no de acumular horas, entendimiento y en un mix drástico, el famoso expertise — sí que podría haber sido garante de resultados.
Al día siguiente, seguro que no. No da tiempo a mejorar solo queriendo mejorar. Ocho, doce semanas después, quizá. Puede que solo con un plan y esquema. Mucho foco sobre el mismo sitio, ningún sistema nervioso frito en el proceso, mejor ser novato que alguien curtido si se quiere depender la velocidad de la mejora para construir una personalidad. No es cuestión de un momento de pasión, inspiración o motivación óptima. Como mucho, lo es de una muy larga lista de ellos seguida automáticamente por un curro que permita ahondar en la práctica.
Resignarse a sacar el portátil de la mochila es el siguiente paso. Si intentase hacer algo inspirador solo cuando siento que la motivación está de mi lado, creo que caería en el error que señalo en la situación que veo obvia. Una trampa para pueblerinos versión refinada. Necesito acumular unas palabras para que esto funcione, ponerme a rodar como sea antes de tomar mi propia velocidad.
El tren vibra, a la motivación ni se la busca ni se la espera. Las voces de la cabeza de uno no se ponen de acuerdo, aunque de algún modo hacemos las paces para poder permanecer yo despierto. Sigo sin creerme que este tren vaya tan rápido. Acaba de amanecer.
