Las espinas

Relato sobre los detalles de una disección.

Las espinas
Photo by Marine Sintes

Me enseñaste un camino simple con el que mostrar al mundo que un pequeño talento y las ganas de vivir ya son más de lo necesario para justificar la vida.

Una conversación me recuerda a un ejercicio de equilibrio, pues mi ego sobre lo que se me da bien y la humildad para los resultados tienen que ser los adecuados. Aún no he alcanzado esa cumbre.

Pongo de mí mismo infinita deportividad y acepto lo que venga, aunque me digo más que lo siento de lo que puramente soy capaz de sentir. Soy una paleta de colores con demasiadas opciones, llevo pintando cuadros desde hace mucho, sin priorizar técnica ni contenido. Todo sin orden, todo en barrena. Y de cara a la galería, algo necesario que no viene de mí: necesito que me recuerden que siguen ahí los colores.

Me encuentro en la terraza de la casa donde viví hace años, pues me da tranquilidad ese sol, más ahora que en aquel presente. Lo típico.

Nos sacudimos y conectados al enchufe, una experiencia mística construye un futuro más tranquilo. Al menos, lo hace cuando caen las barreras. Esto es solo un sueño. Y el tiempo es, por lo general, más renuncia que tiempo, más crudeza en la carencia que momentos de acción.

No te doy lo que mereces porque aún no estoy preparado, y cuando lo esté, ya no estarás aquí. Por eso hemos vuelto a un recuerdo y por eso quiero permitirme idealizar aquí.

Cómo dejarte a ti y a mí claro el futuro con el mismo párrafo, si no sabemos ni lo que buscamos por separado.

Es ahí donde entran las palabras, que no solo explican, si no que construyen la ficción. Yo te hablo como si supiera, como quién habla del pasado. Pero no, no sé. No he dicho nada que sea verdad del todo.

Hablo del futuro, no hay valor seguro. Y sin embargo mi voz convence, porque mi voz es único componente solemne que tengo antes de tomar acción en la dirección que las palabras marquen. Así que cuando tú y yo me escuchamos, suena como lo que querríamos haber dicho.

Lo que se dice toma la forma — una forma casi física — de lo que la realidad manifiesta. El silencio significa muchas cosas, las palabras acotan el abanico. Al menos las mías, cuando logro que suenen sinceras, cierran sobre una figura.

Te digo lo que llevará años de práctica y dolores de barriga: el compromiso es algo para lo que estoy preparado ahora. Las espinitas clavadas siguen existiendo, pero una a una cada noche se sacan. Hago el trabajo el silencio, murmuro lo justo. Debo dejar al vecindario librar sus propias batallas.

Me susurran mamá y la sinceridad, papá y la humildad, yo mismo y la cabezonería. Nos hemos puesto de acuerdo para cocinar, y aún con las limitaciones de todos sobre la mesa, sale un plato que puede llenarnos, pero sobretodo, nos junta alrededor.

Mi primo pequeño es aún un niño y se escurre por la silla hacia el suelo. Esta es la salud verdadera. Unos padres que se aman y pueden y saben transmitirlo, almas que se curan antes de caer en peores senderos. Un mundo hostil pero con recovecos, momentos de pausa en la propia rutina, Airbnbs que se dejan estar en jardines que aún nos recuerdan a cómo se ve la tranquilidad y la buena compañía. Tú eliges a personas que nos acompañen, yo a otras tantas. Yo pongo los juegos de cartas y tú la receta en la cocina, aunque yo friego y recojo en cuanto se deja de usar sin apenas preguntas.

Yo limpio los baños, mientras. Tú tejes un posavasos, todo mientras.

El pasado, el presente y el futuro concluyen en los colores que utilizamos. Me sincero, te digo que he sido inmaduro, que he sido joven, que bla, que bli y que blo. Tengo fichada a la hora a la que el sol se pone para que podamos no perdérnoslo, y como siempre he hecho, ordeno esas palabras que siempre quise decir sobre la marcha, mientras se tiñe el cielo de un color cliché que nunca falla en sorprender.

Estoy — estuve — preparado para tratar de vivir una vida juntos. Sé que requiere valor decirlo, porque nunca lo tuve mientras pude hacerlo. Ahora que tengo la oportunidad lo digo, y el pulso me tiembla ya casi cero. Te digo que me cuesta esfuerzo por como he sido, disperso y poco atento a los asuntos de la emoción.

Y ahora que trato, que no hago pero trato, de escuchar y sentir antes de corregir y dar solución, veo un poco el fondo de tus pupilas como ese baño de humildad. En el que pongo a remojo mis talentos para pulirlos, en el que barro el suelo de mis resultados para ser realista y poder aceptar.

Estoy preparado para vivir una vida juntos, con todo el amor que eso implica. Con toda la libertad que implica elegir sabiendo que todo lo que no es parte de la decisión queda fuera.

Libertad como paso dos, no como paso previo. Libertad como rendición.

No pude amar porque estaba atento a las espinitas. Ahora no me dejo llevar, he practicado la respiración y los suspiros, los dolores de la disección. Me quito una espinita por la noche, cuando menos duele. No por ello no supura ni deja antes de sangrar. Yo pongo la madera y el lienzo, tú el color con el que luego pintar.

Me paro a sentir, no solo a decir que siento. No sabía a qué sabe.

Las palabras construyen algo con su expresión que es tan verdad desde ya como queramos que sea: antes no estaba preparado para ese compromiso que implica renunciar a todo. Ahora ya lo estoy, acabo de ponerlo de manifiesto. Es curioso el tiempo, hasta ahora siempre he confundido los ahoras.