los veranos son para revisar cosas
Buscando el equilibrio para los equis años que nos resta cotizar.
Te sientas frente a mí en la terraza del Solito Posto. Traes un maletín lleno de apuntes, montones de verbos en presente de indicativo porque todo lo que te pasa acaba de pasarte. La productividad que abanderas es un escudo contra la realidad, e intentas despejar el caos sin saber si será ese el verbo correcto, corriendo contra las fuerzas atómicas del cansancio mental.
He pedido dos Nestea justo antes de la interacción, por eso de que ya es verano y porque te he visto llegar desde la esquina. No hay anticipación, solo apariencias que desmerecen la denominación de lo que sí se planifica con cautela. Antes de sentarte te has puesto ya a hablar, no te culpo: acaban de llamarte y has colgado, tienes veintidós entrevistas de trabajo la semana que viene — no sé si tantas, pero seguro que un número de un par de dígitos — y estás buscando el consejo amigo en un viernes que imita la cornisa desde la que saltarás al lunes donde LinkedIn Premium irá a recogerte si todo falla.
Las piscinas han abierto ya hace semanas, el asfalto almacena calor desde poco después, aguantando la metralla fría de los días de lluvia repentina. Decirnos hola está desfasado, pues nos vemos más que suficiente, lo dejamos para después del primer plato. La carrerilla no te deja dormir, tampoco parar mucho a reflexionar sobre si hacia donde avanzas es intencional, y sabes que si frenas, te quedarás sin fuelle. No recuerdo cuál ha sido la frase con la que hemos entrado a conversar, pero ahora es canon. Poco a poco, se contrae la incertidumbre que traes contigo cuando la conversación nos atrapa, la sinergia hace de las suyas junto a la oxitocina, y sustituyes la preocupación por excitación ante un futuro con novedad, en la que la confianza de mi respuesta a tu petición de ayuda aterriza mediante gestos.
No hacemos tiempo hasta que llega la comida, lo desmenuzamos hasta poderlo digerir. Me escapo a la costumbre social y pido otro plato, pues sigo con hambre; como como si fuésemos dos. Yo sí reflexiono; mi saciedad es mi campo preferido para la acción. Te miro a una distancia reducida, como los recovecos por los que el lenguaje podría deslizarse accediendo a accionar un cambio radical, impulsándome a ayudar en tu elección de una nueva carrera a dos días y medio vista. El siguiente Curso Lectivo para Adultos™ que dará comienzo en septiembre nos invita a aventurarnos a pedir sueldos que parecen de ficción.
Tu curro es de ciudad capital, el mío, de lobo solitario con acceso a fibra óptica. Ninguno lo cambiaríamos por nada. Yo lucho contra los agobios de una ciudad con metro ligero y sueño con retirarme a una cabaña, tú luchas contra el tiempo mismo con cronopatía, ambas batallas demasiado grandes como para abrazar y apretar a la vez. En nuestra ilusión reconfortante de disipar lo desconocido, las palabras que has elegido para explicarme los distintos puestos de trabajo a los que optas brillarán en mi mente tras transformarlas tú en sonido. No tengo ni idea de lo que significa, pero Lifecycle Manager podría ser nombre de superhéroe moderno.
Tras un rato de dispersión has conseguido calmarte, no descartemos que mi presencia solemne ayuda. Este verano no nos hemos hecho mayores, sino viejos, aunque sea por la parte en la que nos reconocemos como todavía jóvenes pero en transición. Tenemos veintiséis para veintisiete — el tiempo corre en la misma dirección que siempre, pero matizo — y si me preguntas por el aprendizaje de este último tramo, ahora mismo no te sé responder.
Dame una semana para la síntesis, funciono mejor cuando doy un deadline honesto. Estaré en la playa, algo se me ocurrirá para salvarnos, necesito tiempo para empujar mis pecados con la escoba bajo la alfombra de oso disecado. Además, si algún talento tengo, es que en el plazo de una semana puedo argumentar para cualquier juicio, sea en contra o a favor. Ese es mi superpoder y este su counter: funciono como un reloj, pero solo sin agobios.
Tú estás en la terraza del bar, estás en la tele participando en programas transgresores, estás en las redes, grabando vídeos en fiestas donde los influencers se cruzan y aparean para fecundar nuevos bebés super-influenciadores que han confundido fama con dar al dropshipping publicidad. Estás en todos lados. Estás en la universidad, trabajando por las mañanas, estás en un piso que no queda lejos de aquí a la hora de dormir, al menos casi siempre. Estás como estoy yo, en tránsito y no durmiendo en casa, en mil procesos a la vez y pensando en mil los siguientes.
Estás al teléfono, discutiendo con tu madre sobre un atuendo de boda, estás bebiendo un Nestea anticipado que no has pedido y sí pidiendo la cuenta con un garabato al aire porque nunca no sabes a dónde te tienes que marchar. Estás en medio, ni al principio ni al final, en medio. En la página 9 del tema 7 de un libro de antropología que ha puesto un ejemplo muy pero que muy individualizado y que constantemente lanza un disclaimer que dice ‘procure no extrapolar este caso al suyo’.
Yo soy la introversión que se aprovecha de la afinidad, tú el alma extrovertida que desintegra su dolor cuando lo comparte. Somos cada uno un guion de los que se solapan en conversación, y en nuestra distinción, bastaría para darnos un buen consejo en pensar en imitar al otro. Tu problemática acaba donde empieza la mía, pues solo necesitas hablar para que todo se coloque y ordene en su sitio, contrastándose con lo que opina el mundo y que de esa manera tu motivación vuelva a un lugar donde se ha confirmado que no lloverá de aquí al lunes.
Yo me quedo igual o peor que estaba, ahora tengo más palabras nuevas que soluciones. Necesito sentarme a unir los puntos de esas ideas desperdigadas por ahí, mi vida es de trato más simple: la síntesis nacida de un radical, un cincel y una roca en la que sumo solo cuando resto material. Te lo repito, dame una semana y volveré renovado: traeré una tabla de pros y contras y un mapa mental de tus fortalezas que podrás presentar en tus entrevistas, donde tu problema será elegir qué te llena o paga más. Dame una semana de playa, te lo pido por favor, no hay tarea que no pueda acabar bajo ese sol que me abrasa. Me invadirá una epifanía entonces, estoy convencido: mientras los niños con gorra y pala hacen castillos de arena, yo encontraré una receta para la euforia que la sostenga los treinta y tantos años que nos resta cotizar.
Haces equilibrios inquietos en la silla, sigues en marcha. Ahora te irás a prisa, te conozco, te esperan no sé donde y no me vas a poder empujar por muy bien que vendas la sugerencia. Yo me quedo tomando algo aquí solo, con la luz remanente de las ocho de la tarde-noche dándome de costado, mientras pienso en cuando era invierno. La misma hora en otra estación predica distintas emociones, ni mencionar ya si comparas un invierno alemán con un verano en Castilla.
Yo uso el verano para revisar lo que hice durante este último año, tú para apartar los últimos meses a hostias y abrir camino a lo nuevo. Nos complementamos bien, tú con las prisas y yo bajando las marchas a segunda siempre que las curvas nos pidan evaluar al mirar. Yo te escucho y tú me escuchas, a veces hasta sumamos un cerebro.
Medito la nueva información, me quedo a hacer vivac entre las hamacas que cuelgan de nuestras distintas opiniones. Tenemos planes contrapuestos de ataque y defensa, nunca supe cuál era cuál, entre los que buscamos las palabras iluminadas que nos sostengan e iluminen un sendero al que luego llamar obviedad. Si el caos se despeja o se abraza, ese es otro tema. De momento, la estrategia de ir tirando de los extremos de la cuerda que nos regala equilibrio, con la cara expuesta a la luz del atardecer, parece que funciona.
