Meditación
Un relato sobre la atención y los momentos de epifanía.
- You can now close your eyes. Gently, take a few deep breaths. Let’s take a second to focus on your surroundings. Are there any sensations that you want to address?
Despacio y con buena letra sobre los subtítulos de mi experiencia presente, comienzo la meditación. De cualquier palabra que percibo un sabor inusual, hago una transcripción en mi mente. ‘Gently’ se sitúa en un cartel a la entrada de mis pensamientos, aún sin madurar. Tras analizar brevemente el sonido hueco que la palabra deja, hago caso a la voz en off, tomando un par de respiraciones profundas por la nariz que van a parar a los pulmones. El izquierdo se llena antes de aire en base a lo que percibo, quizá el corazón deja menos hueco, o quizá ensancha la cavidad y su capacidad de succión. Al soltar ese aire, dudo entre la nariz o la boca, sugestionado por los consejos de los dentistas sobre el efecto en el esmalte. Un par de respiraciones bastarán para sanarme, dijo alguien más sabio que yo. Quizá la frase no fuera así.
Trato de percibir mi alrededor, mi cuerpo y mi peso. Es cuestión de tiempo que se desgajen en más conceptos, pero no ha de correr prisa el sobreanálisis. Sobre la silla del escritorio, con los pies en la parcela de suelo que queda al borde de la cama, la gravedad patenta su marca mediante la superficie de mis dedos en el parqué. Voy a estar un rato concentrado, pienso involuntariamente. Voy a estar un rato callado, sentencio a continuación. La respiración profunda termina, y con ella la consciente, abriendo paso a la involuntaria, algo más superficial pero con un toque de calma más realista. La voz de la vecina se confunde con una canción conocida en el apartado más oscuro del silencio que soy capaz de sobrellevar, siendo solo un hilo de voz atado a un conducto de la pared que lo conduce hasta aquí.
- Let’s move on to meditation. From now on, pay attention to your breathing. Don’t try to control it, just be aware. If you happen to notice any arising thought, simply, try to reorient your attention to your breathing.
Meditar es tan difícil como parece. A veces mucho y otras, poco. El simple hecho de que pensar sea la vía de escape de la mente es, como poco, sospechoso para quiénes funcionamos dependientes de ella. De todas las personas que conozco, pocas son capaces de poner su atención en un punto concreto. Muy pocas de ellas meditan regularmente, y varias más dicen que meditar es lo mejor para la salud pero solo lo han probado una vez. He estado ahí, sé de lo que hablo. La autocrítica es el más útil análisis de la vanidad. De ahora en adelante, me fijo en mi respiración, que como hemos visto en el guión, es algo más superficial que aquel inicio profundo. No fijarse en nada más tiene dificultad, cuesta poco divagar y ser creativo. La creatividad funciona en parte por asociación, según tengo entendido, y la gente con ingenio a menudo lo relacionamos todo con todo. Estoy maldito, pienso, casi llegando a reír. He perdido el foco, así que vuelvo a la respiración y al hilo.
No soy un guerrero, por mucho que a veces me meta en la ducha cuando aún está fría y haga de tripas corazón para no chillar cuando el agua alcanza la nuca. Pero aunque no sea un guerrero, sí que soy cínico, un cínico. La clase de persona que no se conforma con pertenecer a una clase y quiere ser ella sola, y que entre los demás, se permite no aceptar la compañía de quién no considera una bendición. Ese contrasentido a la necesidad, ese criterio selectivo — la capacidad de rechazo de elementos positivos — solo la entrena el impulso sostenido en el tiempo de creer en ello. No puedes rechazar si te sientes vacío, porque nada te sobra y todo lo necesitas abrazar compulsivamente.
De esta manera, incluso malos recuerdos atañidos a experiencias hacen, fruto de la necesidad de sentir, querer volver a un pasado que solo promete vivir los mismos horrores más vívidamente, sopesando las emociones con una segunda opinión con el mismo sesgo. Ahí es donde entra el cinismo — aunque solo puede desarrollarse con plenas facultades — guiando a su portador a no aceptar nada que no suponga un cambio de paradigma. Nada de sentimientos reciclados, nada de personas del pasado que han cerrado su etapa para con uno mismo. Nada de volver al recuerdo para exprimir esa duda hasta que la gota de jugo arroje luz sobre el futuro. Nada de creer que esa patraña funciona.
Al correr el tiempo sobre la inclinación de mi postura, me doy cuenta otra vez de que sigo pensando. Pienso, pienso en pensar, vuelvo. Concentrarse en la respiración es más difícil y menos cansino de lo que puede parecer, y cada nuevo intento de reflexión sobre ello es una mina bajo el pie descalzo. Incluso plantearse una pregunta sería jugar en contra de uno mismo, pero: ¿Cómo se hace para fijar el objetivo de no darle vueltas a nada?
Termino de participar en ese bucle, extendido ya en mi cabeza como una alfombra persa: lo primero es fijarse en la respiración, como venía haciendo. En segundo lugar, dejar a un pensamiento flotar como un pop-up esquinero en una página porno. El tercer paso es voluntario, casual, abstracto. Se define por darse cuenta de que sin querer, se piensa, y que la maquinaria que lo mueve funciona más allá de lo que en esencia uno mismo controla. Como corolario, se completa el proceso volviendo a concentrarse, conscientemente en la respiración — perdiendo la noción, si cabe, de si el cuarto paso y el primero son el mismo. La reflexión solamente invita a pensar. Ahora no es tiempo de pensar.
Al levantarme, contra todo el pronóstico que recuerdo haber sentido las primeras veces, mi capacidad de fijación sobre el entorno se afila. Quizá sería más lógico sentirse adormilado tras unos minutos con los ojos cerrados y la mirada perdida como un salvapantallas, rebotando sobre el reborde de los párpados, pero el efecto es el contrario. Uno ha acallado los pensamientos intrusivos durante un lapso breve, o al menos ha logrado identificarlos para volver a poner el foco sobre lo que quiere ocupar. Es hora de salir al mundo a poner ese mantra en funcionamiento, así que me calzo con los zapatos más cómodos que quedan en mi campo de visión y bajo las escaleras a trote. Es entonces cuando el mundo se me echa encima.
Se pasea con dos objetivos: estar y avanzar. A menudo, son bien distintos. Para avanzar, solo hace falta tomarse la caminata como un espacio para dar vueltas a si lo que viene dado como futuro es mejor — hay que materializar los pensamientos en esperanza, dejar rienda suelta a desear — porque encaja con la mecánica de haber salido a caminar, que ya es un esfuerzo. Y si extrapolas esfuerzos, obtienes algo mejor: personas mejores a tu alrededor, mejores condiciones en las que moverte, más plenitud. Todo eso se imagina como parte de una vida futura desde el mismo paseo. Y a ese respecto, avanzar no se parece en nada a estar. Estar es más que anecdótico, un cuaderno de experiencia escrito con tinta y pluma que borra a cada minuto lo que sobre él se escribe. Requiere más valentía que las ideas de futuro, porque puede poner en duda si lo que eres tiene valor, colocando el presente como un infinitésimo de la línea que conforma el tiempo. Si es tan pequeño, es prescindible, aunque sea esencial. Y es esencial, pero se puede tomar como prescindible: cada vivencia tiene sentido mientras ocurre y no después, su valor reside en pasar, no en apuntar su conclusión. Que lo importante no tenga conclusión a menudo da miedo, pero como personas con acceso a desactivar su propia cordura, es un miedo que podemos permitirnos enfrentar.
Un hombre mayor se sentará sobre un sofá en el escaparate de una tienda de muebles, levantándose rápidamente tras comprobar su comodidad. Casi al mismo tiempo, otro hombre, aún menos joven, hará el esfuerzo de salir de un coche de tiro bajo, haciendo de levantarse una odisea. Sobre la avenida principal, niños correrán en dirección contraria hacia donde se les indica: no hay vector virtual de dirección que ellos entiendan aún señalando a su destino fasciculado. Tocaré, no sin miedo, las mesas de los bares mientras paso por sus terrazas, solo con la punta de los dedos, solo tratando de esquivar la mirada atenta de los capataces al mando desde la puerta, el mismo personaje de distintos rasgos, con su configuración predeterminada poniendo un cigarro sobre la mano derecha de todos ellos como distintivo. En todo lo que sirve de espejo, como escaparates y superficies que dibujan un reflejo caótico de lo que los mira de frente, percibo mi figura. Estoy, más que avanzo. Aún avanzo, pero seguro estoy.
Un cartel señala la almendra central de la ciudad, unos kilómetros donde aparcar solo se les permite a los coches menos contaminantes. Para los coches, toda la ciudad es subterránea a excepción del centro, donde hay calles en las que pueden asomar sus narices. En el resto de avenidas, tanto en la principal como en su ramaje, solo se permite a los peatones o a algún casual camión de mercancías el paso, preservando la ciudad al margen del silencio del tráfico. En el cartel se lee, destacando sobre todo lo demás, la palabra ATENCIÓN en mayúsculas, cuya referencia escruto. Un hilo de propósito emana de la coherencia, un atisbo de retarme a fijar la atención sobre su propio manifiesto escrito me invade durante el tiempo en el que nos enfrentamos.
Tras vacilar, avanzo, no sin antes haber estado. Mis pasos son lentos y la concentración, una prostituta que pega carteles tratando de que leamos la ciudad en detalles. Mientras nada ocurre, si uno se fija, cientos de detalles pasan zumbando por delante de los sentidos. Se ven mejor, se huelen mejor, saben mejor, se oyen mejor. En el caso del tacto, se me ocurre que la mejora no es hacerse, si no dejarse hacer. Se dejan tocar mejor. Satélites constituidos por objetos externos orbitan a nuestro alrededor como colillas en ceniceros a un fumador compulsivo, dejándose auscultar por cuatro sentidos y dejándose hacer por un quinto que no se conjuga del todo bien. Mi cuerpo, esfera central confundida por su papel en el universo referencial, cruza las distancias entre estos satélites desequilibrando su rumbo, forzando a la simulación a adaptarse a mi ritmo. El mundo se absorbe en oleadas que como la respiración, siempre avanzan, pero solo están verdaderamente para quién consiga fijarse.
El paseo aún no ha concluido y la sensación de epifanía aún durará un rato largo descansando sobre mis hombros, me pondré dos o tres canciones que ayuden a exprimir esta sincronización con la realidad, esperando que la batería de los auriculares no se termine, reuniendo la valentía necesaria para afrontarlo en caso de ocurrir. Leer y escribir tienen sus diferencias con el mundo del exterior, la literatura siempre sale ganando a la realidad en belleza superficial. Como diría mi madre, para calzar la mesa puedes utilizar casi cualquier libro, pero para leer más te valdría no sólo contar con un calzador.
Me fascinan las historias que cuenta el lenguaje. Las caras se me olvidan, no tengo buena memoria para eso; de las frases recuerdo cada coma. Los finales de párrafo y de capítulo tienen un halo de certeza que inherentemente, trata de llevar a una conclusión. En la realidad, más prosaica y amena, con su causalidad intrínseca e inquebrantable, siempre hay un presente que prosigue a la toma del que al despedirse cierra la puerta por fuera.