pequeñas parcelas de caos
Sobre la compasión y un podcast con una estrella de rock.

El tiempo pasa rápido por las mañanas, desayuno en volandas.
No sabría decirte si la tostada que me he comido estaba poco hecha o negra como el carbón. No sé, no sé. No te sabría decir, los detalles son mi némesis, últimamente no me dedico tanto tiempo como le dedico al resto del mundo. Tengo una entrevista con un artista de rock floreciente dentro de un par de horas en el podcast en el que un par de amigos y yo trabajamos, y me espera un día duro tras lo que sea que el artista exponga. Recortar clips, censurar clips, subirlo a las plataformas y darle publicidad sin pecar de intenso. El sueño americano ahora en la Europa del oeste, el cariz requemado que tienen las tareas repetitivas. Ser tu propio jefe y director, discutir con los que también lo son. Hacer café y ofrecer café. Mandar emojis irónicos de sonrisa por el Slack del trabajo.
El trayecto en metro lo hago a pelo, el móvil está en un local chino esperando a que el próximo lunes lo arregle. Eso da espacio para pensar, tanto que a veces me hablo a mí mismo con distintas voces que se agolpan en un parlamento para la discusión en la que la dejadez va ganando. La relación con uno mismo se retransmite en un solo canal, el que da la entradilla al noticiario es un hombre mayor y confiado al que las generaciones posteriores juzgarán en retrospectiva.
A veces, el programa que se retransmite en nuestras mentes es en blanco y negro por su tono solemne y paternalista, bailando las noticias entre notas dispersas en las que nuestras distintas facetas presentan propuestas de ley, donde uno a sí mismo se compadece, se protege, decide desatenderse o se castiga, las cuatro acciones comprendidas en el eje bondad-caos.

No parece haber más modos de operar, pueden reducirse a eso. Un hotel con cuatro cosas, los cuatro gatos que siempre acaban en el mismo y solitario lugar. Ser compasivo es el desarrollo de intentar comprenderse, igual que lo es pensar en el bienestar de uno a futuro. Lo es también el placer a corto plazo si no interfiere con el bienestar del largo, porque si lo hace, puede convertirse en un castigo o una rendición a la dejadez.
Unos llamarían a esta distinción quererse bien o quererse mal, pero la propia definición de la maldad atestigua que seremos jueces de distinto sesgo en cada punto del tiempo. El bien de hoy será el mal de mañana, y viceversa, con suerte conservaremos algún trozo de lo que los niños que éramos tenían en consideración. El que sangre el último y sobreviva marcará las reglas, pero ni siquiera la memoria será digna representante de los adversarios mentales que quedaron desterrados por el camino; mediante la revisión sistemática de quiénes somos, mataremos y validaremos los recuerdos que den sentido a la versión superviviente que levanta el puño.
Marisa, nuestra amiga que también dirige el programa, ligó con el vocalista de una banda de rock famosa hace diez días y nos consiguió una entrevista con él. Networking at its finest, nuestro despegue comercial se basa en meter boquino a figuras vagamente conocidas.
Este tío, como muchos otros en la música y la esfera de lo popular, siempre me transmitió la sensación de ir dando vaivenes con una falta patente de rumbo, como si no supiera qué coño busca en la vida (remarco solemnemente, como si yo lo supiera). Hoy seré su juez, quizá él el mío.
Me pregunto a veces cómo será quererse de verdad; si funcionará igual en el caso de una estrella de rock y en mi situación. Siempre concluyo que no hay una manera pura y objetiva de medirlo. ¿Es esto una excusa para no hacerlo? En cada situación, como brújula moral, puede que una elección se ilumine como la correcta, pero ‘actuar correctamente’ no es per sé una personalidad, y si lo fuera, sería la de un tipo bastante aburrido. Hay que tener en cuenta más cosas, el día a día está cubierto por más capas de las que normalmente un solo problema analiza.
En mi posición de emprendedor radiofónico, lo veo todo bajo el prisma atrofiado de una persona que necesita sacar adelante su negocio de contenido novedoso, algo que me hace denostar cualquier vida más monótona que la mía hasta dar por hecho que carece de sentido. Esa es la capa de realidad en la que me encuentro ahora. Fatal, lo sé, ni siquiera a mí me conviene pensar así. Esto no entra en la definición de ‘quererse’, pues me pone contra las cuerdas.
Creo que estaré contento si la mitad de las decisiones que tomo son las correctas y el resto no atentan contra los valores que supuestamente defiendo, lo que nos lleva a otra tarea vital que poca gente se ha parado a hacer. Los valores deberían ser explícitos, y sean palabras o frases cortas en las que se cree (ver Inside Out 2 para más inri) deben ofrecer detalle de lo que en la práctica significaría vivir bajo esa definición.
Te ha pitado la pulsera que llevas en el tobillo, lo sé, tampoco te has parado a definir esos valores. ¡Y creías que llevabas ventaja! Tómate un segundo para responder, entonces: ¿Qué es la sinceridad, la honestidad, y cómo se aplican? ¿En qué situación puede hacerse una excepción? Y la más importante, en relación al mismo hilo de pensamientos que casi pierdo: ¿Cómo es uno sincero consigo mismo?
Demasiada concentración se requiere mientras el rock mismo llama a la puerta del estudio de grabación, me sentaré a pensar cuando el día acabe. Ya no sé enunciar de memoria mis valores, puede ser que de traspapelarse entre documentos de trabajo y proyectos de vida ya no esté actuando bajo su guardia. Eso es, eso haré, idea feliz motivadora digna de un eureka!: cuando el día acabe y esté cansado y no quiera pensar en nada y solo hundirme en una bañera con un taquillazo de Netflix proyectado en la pared, me pondré a meditar sobre mi brújula moral, que es la parte más importante de en lo que quiero convertirme.
Justo cuando no tenga energía, haré lo más importante. Pedazo de estrategia. Emoji sonriente del Slack.
El timbre no suena dos veces, gime una entre sábanas. El sigiloso hijo de puta que entra por la puerta es guapísimo, el Austin Butler de la meseta. Ha traído bollería y fruta para todos los de la redacción. Creo que se pensaba que éramos más de tres, aunque aplaudo sus intenciones. Tiene ojeras pronunciadas, pero reacciona de manera rápida y fresca, no imagino el potencial que debe de tener este tío cuando está bien descansado. Se ha hecho con uno de los estantes de la pared para colocar sus cosas preguntando con un movimiento de cejas, y el tipo serio que le acompaña, presupongo que en calidad de agente, se ha sentado en la única silla con arm-support que hay cerca de la puerta, a esperar a que todo esto acabe (me refiero a la vida).
La estrella de rock saluda a Marisa de manera cercana, con un beso en la mejilla, y luego a Diego, manteniendo un breve chit-chat que le hace sonreír. Luego me hace sonreír a mí, aunque me resisto. Se ha tomado tiempo hasta de acariciar el gato que trabaja con nosotros, con comentarios impersonales lanzados simpáticamente al aire que han hecho aplaudir al que escribe nuestras autobiografías. Quizá me haya equivocado con mi primer juicio. No sé, no sé. Tiene tablas para todo, no tiene pinta de que se le pueda acabar la cuerda. Me descubro bajo el efecto Dunning-Kruger, presuponiéndole inteligencia y habilidad social a un tío con la cara de revista.
Joder, este tío debe de ser Dunning-Kruger en persona. En cuánto comenzamos el podcast, todos nos relajamos y empieza la charla de Marisa con él, un formato informal pensado para redes sociales donde se humaniza a las figuras populares. Este tío necesita su buena dosis de humanización, en lo que a mí respecta acaba de entrar por la puerta una deidad. Normalmente Marisa no se amedrenta y es capaz de sonar importante incluso delante de la más condecorada de las figuras religiosas que entrevista, pero este tío está hecho de otra pasta. Está reclinado en un sillón mirando a la pared, al techo y a los ojos de los que le rodeamos mientras manejamos aparatejos técnicos. Su dispersión mental no deja de sorprender. Se expresa con unas manos llenas de anillos, mientras Marisa ejerce un papel de pura escucha persiguiéndolo con las pupilas.
— Coloco sobre el estante lo que te decía, ¿vale? Estaba contándote una historia y se me ha marchado el gato de lo asustado que estaba mientras hablábamos, gesticulo demasiado. Marisa, hablar contigo es como escribir sin mirar el teclado, tengo miedo de la siguiente tontería que voy a soltar. Pero digo lo que siento como me viene, aunque me equivoque de letra, eso te lo prometo. Lo que te comentaba, el caso es que ordenar me trae tranquilidad. Siento que regar las plantas pone en orden lo que vibra, ¿no te pasa? Creo que una diferencia esencial en la percepción de cada ser humano es la sensación de desorden. Yo, cuando riego las plantas, sé que todo está en orden. No que haya bajado el desorden, si no que es cero. A veces, cuando vuelvo de un fin de semana habiéndomelo pasado bien y habiendo perdido el control, me cuestiono si volveré a ser el mismo. Ahí el desorden nunca es cero, porque tengo miedo de que lo siguiente que vaya a pasar me cambie aún más y un día que esté de vuelta decida que no quiero esta vida y me la tengo que ir a descambiar al Bershka, que no me vale lo que tenía como referencia, y solo puedo o mudarme al extranjero o borrarme a láser los tatuajes porque ya no dicen nada nuevo de mí.
Recientemente me han hecho daño, es lo que quería contarte a raíz de lo de colocar las cosas en su sitio. Quería decirte que he escuchado crujir algo, he mirado hacia abajo y tenía el corazón roto. No roto de par en par, roto como quién se lesiona, ya sabes. Del tipo: ahora estaré seis meses sin jugar a fútbol. Pero sin amar, o amando de otra manera leve como quién juega al FIFA con la pierna en cabestrillo, ya que por mucho que tengas el tendón o el corazón roto y cueste ponerlo a moverse, te preparas para cuando así sea. No sé si sabes a lo que me refiero. Si lo supieras, te daría miedo, eso creo. Te daría pánico y a la vez un poco de estilo el encontrar un interlocutor para contarle cómo te sientes de manera sincera. Eso no quita que no haya sonreído cuando te lo he dicho: soy un tío que se ríe cuando va a morir en la peli, jajaja. Lo tengo medido. Sé que hay espectadores al otro lado que son tan yo como yo, porque cuando estoy sentado siento que soy tan ellos como siento que estoy sentado. Vamos, que saldré de esta, como de todas, que te hagan daño es parte de la experiencia. La firmo, traedme papel y boli, va. Rápido, que se me pasa. No me importa si me atropella un autobús, eso es lo que quiero que entiendas. A veces me desencanto con el mundo en el que vivo, está claro. No quita. Pero luego, en vez de pensar, escucho lo que hay alrededor.
Por ejemplo, el movimiento me fascina, la gente se mueve. La gente piensa con su cerebro e instantáneamente eso hace que se muevan, eso es de coña absoluta. Piensas en mover el brazo y funciona. Joder, el día que lo pensé por primera vez casi lloro. Hostias, puedo sentir, ¿sabes cómo va eso? Perdona si me río, es que me ha dicho mi agente por el pinganillo que te pida matrimonio porque me miras con atención, que es un recurso escaso.
Están como una cabra ahí fuera, eso es lo que trataba de decirte. Lo lógico sería que hiciéramos el amor antes de casarnos, pero veo factible cometer los errores en otro orden. Perdona, no quiero incomodarte. A lo que me refería es, puedo elegir lo que digo. Además de moverme yo y mis brazos y los dedos y los anillos, elijo. Joder, que estoy aquí, ¿Entiendes? Pensando en el primer estímulo que se me pasa por la cabeza, escuchando la risa por el pinganillo, pudiendo soltarte cosas aleatorias que mi cerebro ha enlazado con los minutos de conversación anteriores. Dime que has visto algo más grandioso, y no me digas que la ingeniería de la Fórmula uno, porque la puta ingeniería de la Fórmula uno es una mierda comparada con la fantasmada que supone hacer y recibir cinco sentidos en forma de señal nerviosa. Eso sí es sofisticado. Joder, a veces me entran verdaderas ganas de llorar. Creo que es por lo del crujido del corazón y porque soy humano y me doy cuenta hablando contigo, pero también porque puedo pensar en ello. Si no pudiera pensar en ello, no lloraría y la entrevista dejaría de tener gracia, tendríamos que hablar de negocios. Es curioso, lo triste tiene gracia a menudo. Vas a tener que ir al hospital a que te diagnostiquen que no puedes aguantarte la meada por lo que te vas a reír cuando lo entiendas, jajaja. Me parto. Imagina lo que te digo: cuando tu corazón hace crack, te ríes. No digo que tenga sentido, digo que lo hagas. Solo imagínatelo.
El podcast ha terminado hace media hora y Austin Butler 2 se ha quedado a charlar con mis compañeros, de manera que ahora están jugando al cinquillo ellos tres y su agente sobre la mesa en la que comemos, rebañando los restos de la bollería con la que tuvo a bien sorprendernos. Nunca había conocido a un tío tan disperso, y aún así, lo que ha dicho, durante breves lapsos de tiempo, metido en la dinámica en la que funcionaba su mente, parecía tener sentido mientras le escuchaba divagar. Saltaba de un lado a otro sin criterio alguno, pero la melodía sonaba bien. Está claro que este tío tiene tablas, pero aún más claro está que sobre su discurso estructural aprendido, improvisa. Espero que eso se transmita a los espectadores, sobretodo porque cortar clips en los que no cambie de tema está siendo harto complicado. No se ha inventado un formato que soporte tal cantidad de radiación.
Qué significa quererse ha tomado formas distintas durante la mañana. He caído en que comí una tostada demasiado ennegrecida, y charlando con Austin en la sobremesa (sí, lo hemos alargado y les hemos invitado a comer), he pensado que no quiero volver a hacerme eso, que ahora que lo he recordado, no es un gran gesto hacia mí. No es que sea una ofensa, pero joder, ¿por qué me doy una tostada que no le ofrecería a otros? ¿Acaso me veo menos valioso? ¡Si estoy continuamente pensando en mí, qué sentido tiene!
Tiro del hilo. Durante un tiempo me interesó la idea de saber cuánto sería lo mínimo que necesitaría para sobrevivir: un pensamiento que surgió al descubrir lo barato que era el café soluble, a razón de un triste euro por cada cien tristes tazas. Entre eso, el arroz blanco y las verduras congeladas y ya cortadas, la vida moderna te pone ciertas facilidades para vivir de manera austera — no entro a valorar la alegría que genera comerlas día tras día. ¿En qué categoría entra ser austero de entre la compasión, el rendirse, la protección o el castigo? Creo que en todas. Miro a los ojos de Austin y espero que me devuelvan una respuesta, pero no lo hacen.
La vida es un software diseñado sobre la marcha que transforma el formato de tus archivos, en el que la solución que buscas nunca es tan simple como una frase directa a la yugular de consejos aplicados.
Las soluciones son de otra configuración, a menudo emocional, que eventualmente se convierten en motivación para sentarse a definir lo que podría ser un plan de acción. Austin no tiene la solución, pero tiene la suficiente confianza en su aura y brillo como para charlar conmigo pensando en que nada es irresoluble. No sabe resolver tu problema, pero lo que sí sabe es que si alguien puede, ese eres tú, y de ello va a convencerte. Eso me llevo de la conversación y de un día aleatorio con una estrella de rock en el Lizarrán: un chute de adrenalina para sentarme a pensar que se diluirá en un domingo aburrido, en el que me sentaré a escribir ‘Valores’ con rotulador en una libreta de hojas amarillas hasta que algo me haga resonar, implementar y callar.
Los siguientes días se desembalan lentamente en la cocina, hacer las tostadas con mimo es ya una defensa durante las mañanas contra mis disruptores endocrinos desde que Austin me dió una palmadita en el hombro con una fé que me hizo dejar caer mis prejuicios al suelo. Me siento y hago de testigo de mis propias virtudes, pecados y aciertos, y las distintas facetas de mi junta directiva discuten dejando a la compasión hablar más de lo normal, mientras el desorden del apartamento instala alarmas en mis ojos cansados.
Cuál sería mi potencial si descansase, lo desconozco.
No voy a rendirme al desorden, ni voy a sobreprotegerme hasta el punto de perder la noción de la realidad. La pila de platos por fregar está aún por convertir, este no es su formato final. No existe el tiempo entonces, bailamos con nuestros corazones agujereados en la cocina contra el dolor y por la vida, mientras la pila de platos lanza una mirada inquisitiva que se convertirá en pregunta que invita a quererse tras un breve mascado:
¿Qué puedo hacer hoy para reducir esta parcela de caos?